“¿La Sagrera? Yo ya no lo veré…” LOS EFECTOS SOCIALES DE UNA CICATRIZ URBANA
Los afectados por las obras ferroviarias pierden la fe en el proyecto tras el último caso de corrupción.
“El problema es que nos hemos acostumbrado a todo”, se resigna una madre, vecina de Sant Andreu.
Alfonso es un tipo optimista. Es un habitual de la pasarela de la Maquinista, inaugurada en septiembre. Se para a medio camino, apoya las dos manos sobre la valla y observa, con una pierna flexionada y la otra, tiesa. “Soy viejo y me toca mirar obras. Quién sabe, quizás algún día vea a alguien trabajando aquí otra vez”. Como este jubilado, los vecinos de La Sagrera, la vergonzante obra, no el barrio que presta el nombre muy a su pesar, viven entre la indignación y la costumbre, el cabreo y la resignación. El martes desayunaban con una operación policial que ha destapado un posible pufo, otro, de 85 millones de euros en facturas corrompidas. “El problema es que nos acostumbramos a todo”, resume Ruth, madre de Quim y Judit, residente en la ladera de Sant Andreu, junto a las vías.
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